martes, 30 de octubre de 2012

Un bis a pedido del público "iberoamericano"



Escritores y Floreros.
La convención, la puesta en escena, la conferencia.
Los charlistas profesionales. Me siento una negra en el
cuerpo de una rubia. Ser los ingleses de Latinoamérica.
Dicen que en toda Latinoamérica se escucha nuestra
música, que somos los más colonialistas de las
colonias. Que si los argentinos pudiéramos tener
un imperio, no lo abandonaríamos nunca. No me lo
puedo creer. Son infumables las conversaciones de los
escritores. Nunca creen que otros sean capaces. Una
mesa enorme en “El Globo”, luego de las conferencias,
me ofrecía: 4 mujeres a modo de floreros, pero que
por su ínfima belleza no llegarían a ser ni decorativas;
un funcionario y 5 escritores. Y yo, que no era ni un
florero, ni un escritor. Yo muda, a fuerza de apoyar mis
manos en mi boca para no hablar. Trabas mecánicas
para no ser lo salvaje que soy. El funcionario derrocha
palabras lúcidas y controversiales. Mi espíritu criminal
se serena con el justificativo de salir a fumar, antes
de explotar dardos de combate. Fumo, salgo a fumar
“antes que exploten los edificios”. Cuatro escritores
de 35 años, bastante precoces y solemnes. Trabajan
duro. Trabajan. Y “el escritor”, con los modales de un
orangután, con el perdón de los simios más lúcidos,
sentado al frente de la mesa imperial, añejando un
escarbadientes con tal destreza pocas veces vista,
afirma que la comida peruana es de las peores del
mundo y la mejicana, con sus pastiches hediondos,
de las mejores. Explicándonos a todos cómo Carlos
Fuentes lo convocó a su residencia en el Escorial, junto
a su séquito de noveles escritores descollantes, a comer
entre Goya y el Greco. Confiesa, minutos antes de
concluir su retórica bigotuda, que no supo acompañar
esta indefinida propuesta del bont vivant mejicano, y
todavía se pregunta cuáles fueron sus propios límites
para no lograrlo. Y pienso, rápido, fascistoide, y
tremenda: “pero cómo no vas a fracasar, si hace horas
que en esta comida, te debatís entre chupar el cuchillo
con la lengua, entre seguir raspando la fuente del arroz
con pollo, en lamer la cuchara del flan con dulce y en
seguir escupiéndole el plato a tu vecino”. Pido auxilio,
para no hablar, pido que me tiren una soga para salir
de esta mesa ridícula de la sociabilidad de la “cultura”,
me quiero ir a mi casa. No conozco a nadie. Me acuerdo
de mi paisaje, que cada vez decido ver menos pero
en el que cada vez pienso más. Pienso mucho mi
paisaje, mis colores. Sufrir y divertirme tapándome
la boca para no hablar. Rescátenme de acá. Cuántas
veces todos estos han compartido el paisaje. Para
nadie es un tema, la sensibilidad está infravalorada.
No sé muy bien con cuántas personas podré hablar
de esto. “La cuenta por favor”, grito, no grito, la pido
sacudiendo el brazo. Cien por bocha. OK. Taxi a Chile
y Chacabuco. Nos peleamos porque confieso aburrirme
mucho. Me combaten por mi confesión, hasta que
Bruce Springsteen y State Trooper (Mix), con Nebraska
(1984) hacen que la noche termine para empalmar
con I Don’t Know What To Do de Peter Yorn & Scarlett Johansson.

lunes, 29 de octubre de 2012

Los coloridos artistas gestores.




El congreso. Entonces escuché de todo, pero no pude escuchar una conclusión, no pude abstraerme para lograr esas benditas “ideas fuerza” que tanto proponen en la posibilidad habilitante de la gestión cultural.  No he podido, porque todo lo expuesto es síntoma, afortunadamente!!!! Venimos, nos juntamos y debatimos gracias a los espíritus libertarios que nos unen, aún sin decirlo en voz alta.  Y eso me ha dejado pensando en varias cosas que tienen que ver con el paisaje. Con la idea de Fontcuberta sobre Humberto Ribas y su manera de sacar fotos sin nivel, sin implementos de medición en la inmensidad. La historia es que andaban los dos por los paisajes montañosos de Catalauña, y Fontcuberta le dice a Humberto, “escuchame, Humberto, cómo puede ser que hagas fotos sin llevar  un nivel a mano; cómo puede ser, yo no puedo ni poner el trípode, y vos ya instalás y disparás sin nivel ¿me explicás cómo es el tema?”, y Humberto le responde: “es que acá entre tanta montaña, tanto camino en pendiente, tanto techo a dos aguas es imposible que te des cuenta si algo está a nivel o no; allá, en mi país, el paisaje mismo te ofrece la ortogonalidad”.
Clarividencial: nuestro paisaje puede construir la misma idea sensible de nuestros proyectos, y cómo miramos es lo que más me ha interesado del encuentro, para lo cual he anotado varias reflexiones de los colegas en relación a este tema, aquí un compacto: San Juan en noviembre es el infierno mismo, un  lugar donde se ve un terremoto eterno. En un valle las montañas siempre son altas. En Santa Fe nos invadieron los rosarinos. En Bariloche están más cerca de Chile que de General Roca, y la montaña es linda, el bosque también y el arte contemporáneo no existe, o más bien compite con la Fiesta de la Nieve, o sea que pierde siempre. En General Roca, en cambio, los artistas viven de las manzanas y los vergeles. En Tucumán hacen otra micro-célula que combata la micro-célula anterior, yo les hablo de para-institución. Y esa micro-célula de la micro-célula surge de un río que inunda una cripta de Salesianos.  La cripta se inunda por la napa freática, generando inundaciones, en una ciudad que es un valle, verde, profuso en una selva espesa y dura. Y me vuelven a contar de San Juan, donde según parece corre un viento caliente, y se acabó el arte contemporáneo.  Y en Tucumán me vuelven a contar que viven en un valle donde no ven más allá de él. En Puerto Madryn oscurece muy temprano, y la distancia se potencia en un montón de sentidos. Y pienso en cómo compartir esta idea sensible, en cómo el veranito de San Juan que, según recuerdo, sucede en todas partes de este extenso territorio, y en cómo cada proyecto se reconfigura según el contexto en el que se lo comparta, o en cómo se gesta cada proyecto según el paisaje que lo atraviese. En mi caso el río de paso lento. Les leo algunas citas de Radiografía de la Pampa, para ser mala, y decirles que todos los síntomas ya han sido teorizados con tal nivel de calidad, que hasta la ciencia muere.


Vikinga Criolla, Pags. 180/184
(este texto pretende ser una crónica del Encuentro Nacional de Gestiones Autónomas del 2011, http://www.bitacoradevuelo.com.ar/2011/06/20/encuentro-nacional-de-gestores-culturales/ )

jueves, 25 de octubre de 2012

Emilia a la Cal



Emilia está ahí,
por ser releída,
entre candorosa y atildada
su cara rodeada de pieles oscuras de lejanas geografías
para aguzar valor alto de luz sobre su piel.
Fogonazos fríos, blanco del azul, en sus pómulos
                                             *;*
sus vestíbulos nasales 
su mentón
coronan una angelicalidad envidiable,
que oscila entre boca, cejas y lunar:
concentración hierática de estas zonas.  
Filistea, yo, ante el espejismo emiliar.





lunes, 22 de octubre de 2012

YO VI ESTA OBRA ANTES DE QUE ME PASE TODO


Dicen que uno se acuerda mucho de las primeras veces, si es que se ha reído y la ha pasado bomba, si la ha pasado pésimo, o si ha quedado impresionado por algo. Que las medias tintas no son poderosas para dejar marca en el taco de la memoria. Ahora estoy tratando de darme cuenta cuándo fue la primera vez que vi un Raúl Domínguez. ¡Esos Domínguez enormes y ampulosos, que coronan las paredes de la Estación Fluvial de Rosario, son lo mejor que he visto en mi vida! Imágenes realizadas sobre chapadur con pintura al látex y acabado de barniz marino, con el virtuosismo propio de un artista plantado entre las pretensiones del escorzo del muralismo mexicano, el close-up tan propio del comic pop, y una paleta cromática en random formada por el paisaje del río y las tiendas artísticas de la ciudad. Destreza gráfica inigualable, trabajo de campo profundo a río traviesa. Los murales ofrecen una retórica entre antropológica y mágica de las márgenes del Paraná y están divididos por asuntos y tópicos clasificados de la siguiente manera: los Chaná Timbu, su modo de cazar, pescar y modelar la arcilla, su alfarería; el criollo pescador isleño y canoero entre pajonales y totoras; los peces: surubíes, dorados, bogas, palometas, dientudos, bagres amarillos y blancos, un armado, un patí, un surubí, y al frente de todo un enorme manguruyú abrazado a Tupá; la flora más conocida de la zona isleña, donde aparecen el camalotaje generoso, el catay, el irupé florido, las totoras, las lentejas de agua, los juncales, el maíz frito, y el pasto flotante; la fauna: chajás, cigüeñas, yacaré, carpinchos y lobitos de río, bandurrias, biguás, patos, zambullidores, una yarará intrincada entre los pajonales, y una enorme y divertida diversidad de pájaros que sé clasificar, pero sería aburridísimo de hacer, y por último, aparecen los mitos y leyendas del Litoral con toda su extensión sincrética mística en los que, a modo de atlas del delirio ribereño, podemos ver una zona rasa desplegándose en 27 metros cuadrados de superficie colorinche (ver foto: los murales completos tienen cerca de 124 m2). Entonces, se habita el plano con las leyendas del Chajá, la venganza de la Ñacaniñá, la protección acuática del Piranú, Tupá con el pecho marcado de hacer fierros, el amor diverso del Irupé, la flor del Ceibo junto a Anahí, el Pombero o Fantasma del Monte con su espíritu espermático a la hora de la siesta, el Martín Pescador, el lobisón atento a la luna llena, la leyenda de Naipí y su pelambre convertida en cataratas del Iguazú y el Yasy Yateré, un duende bipolar hijo de la noche. En algún momento, entre el año 1999 y el 2003, me embebí de toda la obra de Domínguez y, hasta casi a modo de fanática compulsiva, me dediqué a estudiar su expansión pictórica. Fue así como generé un trabajo que se llamó Domínguez Dentrecasa. De todos modos sigo sin saber cuándo fue que quedé prendada y fascinada por esas imágenes que tan animosamente me relataban los repertorios visuales del Alto Delta del Paraná. La respuesta a la gran omisión, al barotrauma sináptico del recuerdo de aquella primera vez, es que nunca hubo primera vez, porque esas pinturas son endógenas a mi instrucción sensorial. Son congénitas a todos mis errores artísticos y cromáticos, son constitutivas a la torpeza de mi práctica. Es tan difícil reconocer la primera vez que vi un Domínguez como preguntarme cuándo fue la primera vez que me sumergí en el agua tremenda, tostada y ágil del Paraná. Este río, al igual que los murales de Domínguez, es mi líquido amniótico litoraleño.

mas acá:http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/17-8169-2012-08-20.html

viernes, 19 de octubre de 2012

ACTO: Convite_Convido


Acomodando, lo que debería llamarse archivo, aparecen entre mis papeles de trabajo unas fotos 9 x 13 en papel brillo con marquito blanco. Poner orden desbarata. Así me copa la melancolía y la posibilidad/ansiedad por hacer circular y compartir esta serie de fotos y textos generados casi una década atrás. Lo que más me gusta de todo este cumulo inclasificado e inclasificable es que ha sido un fracaso en términos de eficiencia compacta y muy feliz en cuando a la propia loboriosidad de la producción en su momento.

Aquí parte del asunto.
Entre el año 2002 y 2004 generé apariciones en fiestas familiares. Registré en video y en foto estos eventos devenidos en sucesos. Las acciones sucedieron en Rosario, Arminda y Buenos Aires.

(intervención en SAR, Monumento Nacional a la Bandera, 2004)

En el año 2004 fui invitada a participar en la Semana del Arte de Rosario, para intervenir el Monumento a la Bandera, Patricia Rizzo escribió este texto que aquí comparto:


Una cita en Rosario

La propuesta de Lila Siegrist Convite / Convido consiste precisamente en convidar a los espectadores a que participen de su obra, ofreciendo para ello distintos medios o alternativas.
Puede valerse simplemente de la instalación de un carro de pororó -pochocho para los porteños- con el que convida a gustar abiertamente, del ofrecimiento de una porción de torta frita, o de la invitación a fotografiarse junto a un pony, o una combinación de estas propuestas (posiblemente surjan otras…)



Las acciones, que pueden encuadrarse en una línea performática, -abierta a otras categorizaciones- son cuidadosamente registradas en cada una de sus distintas presentaciones. Cada vez que tienen lugar, la artista documenta a partir de fotografías propias, la experiencia de socialización que ocurre en el proceso de interacción con el público. Toma el impacto de momentos muy personales, a partir de las variadas reacciones que se suceden. Gusto, duda, sorpresa, cuestionamientos en relación al espacio artístico que encuadra el hecho, paralelos inesperados e interesantes, ese registro da cuenta a manera secuencial de procesos que son inherentes al inconsciente, que incluyen una regresión a momentos de la infancia donde naturalmente se ubican algunas de estas escenas que casi todos hemos actuado.

En una de sus presentaciones recientes en Buenos Aires (*) el guardia de seguridad que franqueaba la entrada hacia el espacio de exhibición comentaba al público “primero vaya a buscar pochoclo: es gratis”. Lila tomaba divertida la intervención, sobre todo el comentario agregado del agente, que implicaba un juicio de aprobación implícito. De hecho, su mediación hizo que muchos se volvieran sobre sus pasos e hicieran alegremente la cola para participar del convite, repentinamente “autorizados” a participar de la escena que un instante antes, algunos habían mirado con recelo.


Tanto en el momento que sucede, como a posteriori, a partir del encuentro con su material, la artista examina esa relación que se establece en crear ese intercambio de comunicación y acción. De alguna manera también, documenta su experiencia interna, el proceso y sus contenidos. Estos constantemente se redefinen y permiten que se sumerja en los alcances de su expresión artística, en el crecimiento y en la conciencia de que sus obras tienen el potencial de generar reacciones tan variadas como la contemplación, la participación, la distancia, la ambivalencia y hasta la protesta abierta en cuanto al lugar que tendrían dentro del arte. Ella ha definido –un poco a nivel intuitivo en cuanto al encuadro de su trabajo- como “caprichos” a su antojo estos encuentros en los que da para recibir aun cuando sabe que su obra comienza en el instante mismo en que coordina la logística de cada presentación.

(Dominguez Dentrecasa, en el living comedor de la casa de mi abuela, Julio 2003)

Las obras de Lila están profundamente ligadas al contexto, ya sea el contexto en dónde serán exhibidas como donde han sido concebidas. Uno de sus trabajos anteriores, –Domínguez Dentrecasa- también conllevaba implícita la participación de los espectadores como parte integrante de la obra, valiéndose de estrategias de apropiación, herencia cultural y citas pero más de especificidad local, vinculados a la ciudad de Rosario, su lugar de origen. En el contexto de 1ra semana del arte en la misma ciudad, Lila realiza otro de sus convites, esta vez en el emblemático Monumento Nacional a la Bandera, referencia insoslayable -tanto para sí misma como parte de su ciudad natal-, como para cualquier argentino. La ocasión tiene una muy especial significación, el convite no sólo crece en tamaño y poder de convocatoria, sino que en la acción propuesta interviene un video realizado con la acumulación de los registros logrados en otras instancias del mismo trabajo. Esta yuxtaposición de convites, -por la naturaleza del proceso artístico- como si fuera una estructura narrativa abierta, concentra más intensamente el contenido de su obra a la vez que invoca el imaginario cultural de este espacio con historia. El proceso del convite evoluciona en una escala cada vez mayor, emerge al contexto del espacio público, la instancia social se vuelve más compleja y varía su escala y su proyección, extendiendo su definición.



Me gusta pensar más en las causalidades que en las casualidades, y en cuanto a la relación que tiene Lila con su trabajo, siempre me ha generado mucho respeto su preocupación por insertar su obra dentro de la discusión artística, optando por una línea estética de no fácil comprensión pero abierto a un estado de cuestionamiento perpetuo. En este sentido, creo que tiene mucho para ofrecer con su labor, especialmente por su potencial de provocar sobre las nociones preconcebidas sobre representación, participación, etc. Abre la posibilidad de que cada espectador recepcione el momento a nivel estético, a nivel social, a nivel cultural, y así en adelante. El concepto de obra abierta que propone participa del desarrollo de un discurso que tiene mucho menos de inocente de lo que estoy segura, supone. Reflexiona también sobre la acción de dar y recibir. Quizás una de las grandes preguntas que se esta haciendo el mundo.

* Refiero a la presentación del Convite / Convido con pororó en la Exhibición Zona en proyecto, Intervenciones a un espacio deshabitado, Proyecto A, Espacio Guevara, Noviembre de 2004.

Patricia Rizzo
Marzo, 2005

Sobre la intervención en Espacio Guevara, se dijo esto:
Mas data:
Acción y simulación, dos tiempos de un arte continuamente "en acto"

Este sábado, la rosarina Lila Siegrist exhibirá "Convite-convido", en una fábrica en desuso de Buenos Aires. Su obra se inscribe dentro de la muestra "Zona en Proyecto", curada por Patricia Rizzo.


Desde el próximo sábado, Lila Siegrist (Rosario, 1976) expondrá una serie de doce foto-‑performances sociales, junto a una vídeo‑performance, en el marco de su obra-‑total de reciente ejecución, titulada "Convite‑-convido", que forma parte de un conjunto de trabajos instalatorios y acciones de artistas escogidos por Proyecto A/ Arte Contemporáneo, un espacio de arte interdisciplinario, destinado a mostrar y promover las obras de talentos emergentes menores de 30 años de edad. El lugar que acoge la exhibición corresponde a los ex galpones de la empresa Casanto y en dicho predio, durante tres sábados consecutivos --23, 30 de octubre y 13 de noviembre--, se realizarán acciones y performances en vivo.
 La labor artística y situacional de esta joven creadora local, que se alzó con el Primer Premio de Proyecto A/ Arte Contemporáneo, propone una serie de lineamientos estéticos, que parten de la revisitación culta, y en clave contemporánea, de la performance, el "teatro en vivo" (living theater), el happening y la documentación de eventos, en los cuales, los invitados se convierten en auténticos actores y gestores de los distintos cuadros de escenas narrativas.
  Se trata de fiestas y reuniones familiares, en las que Siegrist, a hurtadillas, capta por medio de una cámara fotográfica digital y un aparato de vídeo diferentes instancias de sus acontecimientos sociales, sin que los allegados o familiares, transformados en anónimos actores, tengan demasiada conciencia de ello.
  En este sentido, su estrategia apropiacionista se vale de un lúdico voyeurismo, presente en su actitud de fisgonear a los otros divirtiéndose y en desdoblarse, a la vez, aunque de manera solapada como maestra de ceremonias, planteando de antemano algunas pautas o guiones de acción, lo suficientemente flexibles, como para que el público no  repare en el hecho de que, en realidad, está llevando a cabo una "routine" performativa y comportamentística.
  La orientación de este tipo de "work in progress", que Siegrist viene desarrollando desde hace ya unos años consiste en delinear territorios de actividad co-‑participativa, demarcar espacios de activación de los sentidos y construir situaciones, en las que el espectador se transforma en protagonista y co-‑autor. Luego, la artista procede a transcribir y adulterar las sucesivas acciones en simulacros fotográficos y fílmicos.
  Foto-‑performance y vídeo-‑performance: dos tiempos de un arte continuamente "en acto", pero, al mismo tiempo, "potencial", al punto que su consumo sea rápido, constante, inmediato, inabarcable. Acción y simulación: dos instancias conceptuales, destinadas a crear un diálogo fructífero con el espectador. Más allá del monólogo intimista, más allá del soliloquio de su autor, la obra efímera aspira a la fundación de nuevos valores estéticos, éticos y existenciales, que excedan los límites de cualquier forma de subjetividad miope y autista.
  En este caso, la artista abre deliberadamente la obra pluri-‑performatiiva en el corazón mismo de su producción, sometiéndola a continuos cambios y derivaciones, incluso no previstos en guión previo.     Los eventos se encadenan y van generando un interespacio, un intramundo que convoca al otro, evocando un sugestivo encadenamiento de gestos individuales. Al registrarlos en forma documental y analógica, Siegrist ya se encuentra en posesión de una primera entidad historiable, pero su ritmo resulta a posteriori indefinidamente repetible y mudable. Pero he aquí, que se trata de la repetición que produce leves diferencias: ningún gesto o acción son los mismos. Los invitados-‑protagonistas, no son los meros figurantes de un acontecimiento, sino los provocadores de desvíos y derivas de la acción, según sus propias necesidades y deseos. Por su parte, las imágenes van tomando cuerpo sobre las superficies bidimensionales del papel fotosensible.
  Estas tomas primarias, intervenidas digitalmente o no, son los correlatos de las actividades efímeras que acontecen en un espacio-‑tiempo, de carácter no lineal. En "Convite-‑convido" (2004) hay una necesidad imperiosa de capturar el vacío circundante, sea externo o interno, y de llenarlo, por medio de la inclusión de la mirada y el cuerpo de los otros, en un tiempo real, sujeto a la inevitable fragmentariedad de la toma fotográfica y la edición del vídeo-‑arte. Tiempo y espacio ahora "maquillados" por la post-‑producción foto-‑fílmica del evento. ¿Dónde situar el principio de verdad, dónde hallar el criterio de certeza de la performance? Las imágenes han dejado de ser testigos, han perdido su valor de referencia, ya no reenvían a ninguna realidad, dado que la misma ha sido transfigurada por mecanismos tecnológicos.
 Las prerrogativas de experimentación con la imagen estática y/o animada, en las obras de Siegrist, son doblemente tautológicas. Están ahí, con el sólo objeto de convertirse en artificios de una acción.
 Réplicas arbitrarias de un original, sujeto a infinitos cambios y reconversiones, manipulados por parte del artista-‑performer-‑editor.
Hoy en día, si bien se sigue utilizando, la palabra happening resulta ser una terminología trillada y vaciada de contenido, porque la mayoría de las veces se la emplea mal o fuera de contexto. Su creador, Allan Kaprow, un artista norteamericano de origen lituano, autor de los dos primeros happenings de la historia del arte, titulados "18 happenings en seis partes" (1959) y "Yard" (1961), ya había vislumbrado el sentido de contrariedad que dicho vocablo provocaba en el ánimo del espectador. Este no sólo comunicaba un significado neutro de 'evento' o de 'acontecimiento', sino, que además implicaba siempre algo del registro de lo imprevisible, de lo casual, de lo azaroso, de lo involuntario e indirecto. Claudia Laudanno

domingo, 14 de octubre de 2012

La película favorita de Elvis



El viernes pasado me cruzo con mi amiga buena onda que promueve el festejo de mi próximo cumpleaños. En menos de veinte horas tendré un año más, y mis pensamientos oscilan entre pacíficos y violentos con diferencia de segundos. Nunca sé si está bueno o no cumplir años, festejar, reunirse para enunciar y evidenciar el paso del tiempo. Pero, subida de pronto a la estela buena onda de mi amiga, dije: sí! Es posible concretar una reunión acorde a mis posibilidades, e inicié una travesía sencilla en la que listé cantidad de panes, chorizos, porrones, facturas, tortas y souvenirs para los invitados. Invite vía mail, via feisbuc, via sms, via chat, personal y telefónicamente. Invité amigos de todas las geografías y casi todos contestaron al R.S.V.P. de manera afirmativa. Otra amiga ya tenía el playlist armado. Pasaríamos una tarde de pompa, con ambiente familiar. La fiesta nunca sucedió, debí suspender a último momento. Aproveché la tarde para responder salutaciones que llegaban. Mucha soledad y gran cantidad de información para administrar. Al cierre del día vimos en casa por treintaiseisava vez La Fiesta Inolvidable:
hablaré, y escribiré, sobre La Fiesta Inolvidable (The Party o El Guateque), película del gran Blake Edwards. Es innegable recordar la primera vez que vi esta cinta. Sucedió en otoño del año 84 u 85 en que mis padres nos dejaban, a mi hermana y a mí, la tarde de domingo completa en cualquier cine cercano a casa. Aquella fue la primera vez que fuimos solas al cine y, para poder pegarle un tirón largo a la siesta amorosa que mis padres planeaban tener, nos depositaron a las tres y media de la tarde allí. Vimos la película dos veces con intervalo en el medio, cumpliendo la orden de no levantarnos de la silla por nada del mundo, hasta que mamá nos retirara a la tardecita. En una sola tarde vi La fiesta inolvidable dos veces seguidas, o sea: L-A-F-I-E-S-T-A-A-L-C-U-A-D-R-A-D-O,  en el Cine Teatro La Comedia (Mitre y Ricardone en Rosario). Bautismo de cine + hedonismo + cromatismo fijado para siempre.
Dicen que uno se acuerda mucho de las primeras veces, sí es que se ha reído y la ha pasado bomba, o si la ha pasado pésimo. Que las medias tintas no son poderosas para dejar marca en el taco de la memoria. Esa tarde de otoño quedó cincelado en mi occipital un repertorio visual de imágenes felices perennes. Así fue. Luego con esta peli comenzó a sucederme, y me sigue pasando, un permanente disfrute en diferentes capas de sentido, de sensibilidad y ansiedad. Siempre fue una película transversal a mi ciclo vital. Hubo momentos en que lo más habitual era descojonarme de la risa, como me sucedía en los 80, viéndola de manera maníaca. Luego, en la década del 90, me llegó el fanatismo por Peter Sellers y, comencé a seguir al actor en todos los VHS disponibles en los videoclubes de mi zona. Así fue como disfruté y sufrí con Chauncey Gardner, en Being there (1979), en la que Sellers ofrece su versión más triste, del outsider que nunca pertenece, recién salido de un cuadro de Magritte con su bombín gris. Desde La fiesta inolvidable, con una paleta pop tremendamente sintética y saturada, pasando por todas las panteras rosas, hasta llegar a Desde el jardín, podemos ver todo el círculo cromático y dramático de Peter Sellers. Lo he visto en todas las versiones de su destreza actoral abocado al borderline eterno y elegante, con cutis trigueño o pálido, parrandero o melancólico, muy inglés o muy foráneo, siempre sereno y con facie insípida.
Ahora, cada vez que veo una película, cualquiera sea, tengo a The Party como patrón de referencia. Sé que esto puede resultar absurdo y ridículo, por supuesto algo vulgar e inculto, pero me sucede. Por ejemplo, luego vi las de Tatí y me di cuenta que Edwards ha estudiado mucho al director francés. Las casas inteligentes accionadas por botoneras y paneles de control a modo de nave espacial en dos versiones: la wrightiana en el caso de Edwards y la lecorbusiana en el caso de Tati. Todo el despliegue del modernismo contra la artesanía de los gestos íntimos, alegres y revoltosos en personajes como Monsieur Hulot, en Mi Tío, y Hrundi V.Bakshi, en The Party. Las reglas de cortesía versus las escenas más espontáneas y cándidas.
Otro de los temas, es que la primera vez que detecté una película dentro de otra película fue con The Party. La cinta comienza con este recurso, con una burbuja de ficción dentro de otra supuesta ficción. Y acá sí, lo que más me cautiva de la película es que Blake Edwards, a parte del director y el guionista de las 56 páginas del libro, es un gran anfitrión omnipresente, discreto y oculto. Peter Sellers es el mejor adalid  de todos, junto al personaje del mozo borracho, éste gran coequiper pendulante.  Blake Edwards  propicia la gran fiesta inolvidable de 12 hs de duración, y la registra de manera documental. Siempre pensé que esa fiesta en realidad existió y, no sólo existió sino que, existió varias veces, durante meses seguidos. Invariablemente intuí que lo que veía en la pantalla era el registro documental de una escena, ficticia o no, pero de una escena con un fin principal: divertirse haciéndola;  y eso cuentan los actores de Edwards: era obligatorio divertirse en el set, emborracharse, enamorarse, fumar, drogarse, y hasta tener sexo con la ropa puesta (nunca fueron los desnudos material de inspiración para este director, sólo se llega a ver la piel de unos hombros y de algún que otro muslo masculino).
Peter Sellers, o el actor hindú Hrundi V. Bakshi , recibe una invitación postal, con altos sesgos protocolares y ceremoniales, en la que le informan que lo esperan al Dinner, que tendrá lugar  el día 8 de julio en el 8239 del Wild Rice Drive a las 8 de la tarde. El cierre de la tarjeta indica, en el ángulo inferior izquierdo, un “black tie”, y, en el derecho, un “R.S.V.P.”. Lo que obliga a Sellers  a vestir un tuxedo; él, en cambio, llevará puesto un traje color té con leche, una corbata colorada con medias al tono y zapatos blancos, y por supuesto no confirmará sus asistencia con antelación, hará caso omiso a las indicaciones inglesas y francesas respectivamente.
La fiesta transcurre bastante solemne si no fuera por los torpes espasmos de Sellers, quien se presenta como subversivo social ó activista festivo. Escasos 20 invitados, a la comida brindada por el matrimonio Clutterbuck, se aburren y guardan las formas, todos con good manners. El único que está a destiempo y fuera de sincro es este parvenu a quién nadie le conoce el nombre, que se encuentra de contracté, tanto por la ropa que lleva como por los modales que exhibe. Todo evidencia la torpeza de este ser desconocido. Más tarde llega la orquesta, 5 músicos, luego los bailarines rusos, unos 20, que se cargan la fiesta en el lomo con pura algarabía regada por vodka Smirnoff.  Para Edwards el consumo de alcohol ha sido un gran tema en toda su filmografía .Cuando aparecen los rusos sólo se toma Smirnoff. Se toma Smirnoff en vasos de trago largo, de old-fashioned y tumbler, en copa coctel y sherry, se toma Smirnoff  del pico también, empinando el codo. Pero una vez que irrumpe la gran bebida rusa en la fiesta, la fiesta se desmadra a límites orgiásticos de placer y diversión. Ya hemos duplicado la plaza de invitados. A esta altura de la cosa hay mujeres que buscan dulces en las heladeras, o que deambulan ebrias por los salones.  Luego, se genera la invasión de una juventud descarriada acompañada por un elefante pequeño, el que utilizan para manifestarse a favor del nudismo, del amor libre y de un mundo mejor. De la manifa a la fiesta. Momento de despiporre absoluto, más de 55 invitados presentes, y rostros de fisura real.
Aparecen consortes como la corbata, gran aliada en travesuras incómodas, también un ángel tierno que lleva el nombre de Michele Monet, de quién Bakshi se enamorará al final de fiesta, y el agua, por supuesto el agua, que cuela su torrente en la trama de manera inocua y caótica. Reg Allen y yo nos debemos un whisky compartido, sus decoraciones de set no sólo son increíbles como paisajes visuales, sino que generan pulsiones vitales al punto de haber querido estar allí. Los siempre pegadizos scores de Henry Mancini, la tipografía de los títulos hecha a mano, los planos secuencias largos y ágiles, el cuarto de baño con 5 desniveles diferentes, todo incitando la dicotomía festejable. Las guitarras vs. las balalaikas vs. el sitar, el piano de cola vs. el bayan,  el soviet festivo vs. la fiesta paqueta, los hogares a leña vs. las fuentes y cascadas, los colores quebrados vs. los saturados, el triciclo Morgan F-Super en que se pasea Bakshi vs. el Rolls Royce del gobernador, los bailarines rusos vs. los empresarios del star system hollywoodense vs. los jóvenes descocados manifestantes de Berkeley, los gatos vs. los papagayos vs. los perros falderos vs. los elefantes cachorros, escaleras por dónde se asciende vs. rampas por donde se desciende, hojas de bambú vs. plantas sandalias, juego de billar vs. tiro al blanco con dardos, pinturas informalistas vs. retratos clásicos, reproducciones de Chagall vs. cuadros del op art. Y así una lista interminable de asuntos diversos, confrontados, amigados en consenso y en  disenso, en una película eterna instalada en la visera de mis pensamientos; de la cual Elvis y mis hijos se confesaron fanáticos, también.
En La fiesta inolvidable el clima epocal mueve factores a la largo del argumento con tanto encanto como con valentía. La irrupción del festejo, de la juventud, de la bendita diversidad cultural, no sólo en los personajes, sino también en el elenco de actores y equipo de producción convocado. En simultáneo al estreno de la peli sucedía en París el Mayo Francés, Woodstock vendría un año exacto más tarde, las raves de larga duración recién pasados 20 años, y el Love Parade 21 años después.
Cuando llegué a la pubertad mi padre nos sentó, a mi hermana y a mí, para tener una de las pocas conversaciones que alguna vez tuvimos a modo de bajada de línea y nos transmitió el único saber que tenía a “la coherencia” como nodo: “chicas hay que ser coherentes: en los velorios se llora y en las fiestas se divierte”, luego traté de traducir ese saber, a mi lenguaje y a mi escasa experiencia vital, con estas palabras: “Hago travesuras indolentes cada vez que se puede. Tomo de más. Fumo de más. Soy torpe. Que la gente, toda la gente, haga más papelones que uno. Que seamos bondadosos con los festejos ajenos y podamos llorar en los velorios, cuando no hay posibilidad de evitarlos”.
Agradezco esas siestas dominicales en las que mis padres se juntaban a hacer el amor y  nosotras, con mi hermana, aprendíamos los procedimientos eficaces y eficientes del festejo y el buen vivir.

lunes, 8 de octubre de 2012

Radiografía de una línea en el CCPE.



Gravita la foto de un tractor manifestante urbano sobre mi espalda, preferiría pensar que llevo otras cosas en el lomo o que, sobre estos 180 metros lineales de exposición, podrían estar colgados los RES, los Richter y los Renzi que alguna vez fueron exhibidos aquí, pero lamentablemente hay un tractor:¡¡¡UN TRACTOR MADRE DE DIOS!!! Un elefante en un bazar haría menos ruido, de todos modos este aparato no logra hacer estruendo. Todo está compensado. Hace más de tres años montábamos con los Perassi y Res una casa de chapa en este mismo punto geográfico, en este mismo lugar, sobre estas coordenadas; polémicas las devoluciones para la expo santuchiana llamada “Acciones Rosarinas”. Gratamente acertadas las resonancias de “Sinopsis”, la gran antológica itinerante del fotógrafo, colorista y artista alemán Gerhard Richter.  Lujos que, por momentos, trae la vida de la producción cultural. Estos 560 metros cuadrados de superficie expositiva dan para todo y hoy aquí se concentra lo mejor que he visto colgado en años, o algo de lo mejor, en este dibujo chiquito (13 x 18 cm aprox., Sin título, EEUU, San Diego de 1987-ver foto movida): una mancha de tinta hecha desde el asiento del acompañante en un auto que marcha raudo por una carretera americana ochentosa rumbo a San Diego. En este pequeño apunte, de su libreta de trabajo, el trazo de Gerardo Caballero ofrece una deriva por mi cabeza que, si decido ordenarla cronológicamente en línea histórica retrospectiva, podría salpicar desde el extraño paisaje de la erupción del Vesubio de Andy Warhol (1985), el devenir de textos beatniks, las abstracciones anómalas de Mark Rothko o, bien más atrás, todos los andurriales por donde se ha movido Scott Fitzgerald, los recorridos de Abderramán, hasta los libros pendientes por leer de Venturi, (y una lista interminable, de cronistas viajeros, urbanistas, artistas y críticos, que tanto me recomiendan consultar). Hay en estas paredes una distribución gráfica mediada por un individuo riguroso, curioso y sensible. En la acumulación de las ideas, en el uso crónico y sostenido de una línea, de un mismo trazo, vemos un barco enunciado con 4 rayas, las ancas de unas vacas manchadas, líneas y más líneas, rayas y el desarrollo expandido de millones de paisajes, en un repertorio sincrético de sitios, pero único en su relato. Sin exagerar, me gusta pensar que Caballero tiene toda la piel de la Tierra dibujada en sus libretas como hiciera Georg Glockendon en el 1400. Una libreta es una cadencia abrumadora y todas esas libretas juntas son el cúmulo de la misma obsesión. De la construcción analógica de una idea, la carga de materia sobre una superficie que la aloje, de la luz generada en los blancos del papel o por la pigmentación de blanco sobre negro, a la obsesión por el espacio. La traducción del espacio al plano y el tráfico de luz a la superficie. El valor de luz es una renta notable en estos dibujos, en este atlas del claroscuro de los últimos 30 años, que se bancan la huella de lo inmediato. Yo vi esos mismos paisajes. La corteza de la tierra podría acumularse entre estos papeles civiles/serenos, que podemos mensurar en un cajón a modo de biblioteca improvisada, en orden de páginas, en extensiones de papel, en cantidad de cuadernos, exhibidos en sala. ¿Estos pueden ser los indicadores de un artista? ¿Podrá ser esta exposición una puesta a prueba de eficiencia? Yo diría que a veces las exposiciones son la muestra de un trabajo en el tiempo (cursos forzados), otras veces son experimentaciones en sí mismas y  también ejercicios de autodescubrimiento. Entonces me detengo a pensar en la posibilidad del baquiano, del baquiano del mundo, con dotes refinadas para la orientación, para la innovación, para husmear los secretos del suelo, de sus formas, sus colores, su consistencia, su distribución. El horizonte es un dato. Cada accidente, cada planicie, cada monte, cada pequeña porción del paisaje, le bastan para comprender todo en extensión. Posee un don para pensar lógicamente, según las formas de los llanos, las selvas, las montañas y para sentir intuitivamente la proximidad del agua, los árboles y los seres… podría seguir citando y apropiándome del tino de Ezequiel Martínez Estrada para justificar el trabajo de Caballero,  y concluir que la inefable mirada estereoscópica, que se orienta por indicios apenas visibles, sin que empero llegue a convertirlos en datos sensibles ni en notas conscientes. Sin pensar, sin recordar, sabe cuál es el camino que hay que seguir, y de noche lleva en los pies la seguridad del sonámbulo. En el after de la inauguración, entre pizzas y porrones helados, alguien me confiesa que logró saber que Caballero enfoca sus dibujos con un lente de 10 mm y que, de esta manera, consigue transcribir la mirada a una óptica precisa. Aquí el arquitecto, el artista, no se presenta desde el lugar del hacedor, se ubica en el sitio del rabdomante del territorio, pero en silencio y ofreciendo obra en bodoques habitables para la felicidad. Eso vi el viernes 5 de octubre a la tardecita en el CCPE/AECID de Rosario.

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