sábado, 14 de abril de 2012

Escritores y floreros, 3/9/11

La convención, la puesta en escena, la conferencia.
Los charlistas profesionales. Me siento una negra en el
cuerpo de una rubia. Ser los ingleses de Latinoamérica.
Dicen que en toda Latinoamérica se escucha nuestra
música, que somos los más colonialistas de las
colonias. Que si los argentinos pudiéramos tener
un imperio, no lo abandonaríamos nunca. No me lo
puedo creer. Son infumables las conversaciones de los
escritores. Nunca creen que otros sean capaces. Una
mesa enorme en “El Globo”, luego de las conferencias,
me ofrecía: 4 mujeres a modo de floreros, pero que
por su ínfima belleza no llegarían a ser ni decorativas;
un funcionario y 5 escritores. Y yo, que no era ni un
florero, ni un escritor. Yo muda, a fuerza de apoyar mis
manos en mi boca para no hablar. Trabas mecánicas
para no ser lo salvaje que soy. El funcionario derrocha
palabras lúcidas y controversiales. Mi espíritu criminal
se serena con el justificativo de salir a fumar, antes
de explotar dardos de combate. Fumo, salgo a fumar
“antes que exploten los edificios”. Cuatro escritores
de 35 años, bastante precoces y solemnes. Trabajan
duro. Trabajan. Y “el escritor”, con los modales de un
orangután, con el perdón de los simios más lúcidos,
sentado al frente de la mesa imperial, añejando un
escarbadientes con tal destreza pocas veces vista,
afirma que la comida peruana es de las peores del
mundo y la mejicana, con sus pastiches hediondos,
de las mejores. Explicándonos a todos cómo Carlos
Fuentes lo convocó a su residencia en el Escorial, junto
a su séquito de noveles escritores descollantes, a comer
entre Goya y el Greco. Confiesa, minutos antes de
concluir su retórica bigotuda, que no supo acompañar
esta indefinida propuesta del bont vivant mejicano, y
todavía se pregunta cuáles fueron sus propios límites
para no lograrlo. Y pienso, rápido, fascistoide, y
tremenda: “pero cómo no vas a fracasar, si hace horas
que en esta comida, te debatís entre chupar el cuchillo
con la lengua, entre seguir raspando la fuente del arroz
con pollo, en lamer la cuchara del flan con dulce y en
seguir escupiéndole el plato a tu vecino”. Pido auxilio,
para no hablar, pido que me tiren una soga para salir
de esta mesa ridícula de la sociabilidad de la “cultura”,
me quiero ir a mi casa. No conozco a nadie. Me acuerdo
de mi paisaje, que cada vez decido ver menos pero
en el que cada vez pienso más. Pienso mucho mi
paisaje, mis colores. Sufrir y divertirme tapándome
la boca para no hablar. Rescátenme de acá. Cuántas
veces todos estos han compartido el paisaje. Para
nadie es un tema, la sensibilidad está infravalorada.
No sé muy bien con cuántas personas podré hablar
de esto. “La cuenta por favor”, grito, no grito, la pido
sacudiendo el brazo. Cien por bocha. OK. Taxi, a Chile
y Chacabuco. Nos peleamos porque confieso aburrirme
mucho. Me combaten por mi confesión, hasta que
Bruce Springsteen y State Trooper (Mix), con Nebraska
(1984) hacen que la noche termine para empalmar
con I Don’t Know What To Do de Peter Yorn & Scarlett Johansson.

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