martes, 16 de julio de 2013

rock + vanzo + monte leña



-No he oído un puto cover en toda la noche- dije a mi compañero mientras esperaba ansiosa algún ritmo, familiar a mi discoteca anticuada, que active un leve potencial de acción en mis miembros inferiores. 
¡Kinesis ya! 
Siempre me ha costado bailar lo desconocido. No tengo capacidad demostrable para la música y todas sus vertientes expresivas. Nulidad motriz ante lo sonoro sin reminiscencia, mucha memoria visual, poca retención auditiva. Si, puedo relatar todo el salón en el que nos encontrábamos, y tejer una historia con cada uno de los 128 seres (los he numerado) que compartían el recinto esa noche en selva, pero jamás pude entender los nombres de los grupos que saltaban sobre el escenario, vociferando humor canchero y temas al público. Mucho menos saber sí el que comenzó a poner música, luego del concierto, era un dj estrella o un técnico de cables. ¡Qué se yo! Camisas a cuadros, los hombres; ha vuelto la camisa a cuadros, zapatillas de skate, todas Vans, jeans sueltos, jeans chupines, gafapastas, onda surfer en invierno, todos con un vaso de plástico en la pinza radial. Chicas con cortes carre y pelo sauvage largo, minifaldas, plataformas, medias de red, tachas, muletas, tragos, porrones. No anteojos negros. Todo se bañaba de luces púrpuras y, mientras esta gente se movía despareja, yo pensaba en las nuevas palabras que aprendí, en las pinturas, grabados, y dibujos que vi en los últimos días. ¡Cómo nos besábamos ahí mismo! ¡Qué bien! Y pensaba en el Vanzo que tengo desde la semana pasada, -en clima diurno/nocturno acentuando la paridad del plano, propia del rasgo en tinta china en donde el sol y la luna son análogos-  que cuenta de una chica con melena larga, que ingresa a escena con el mismo ímpetu que “La Libertad” en, justamente, La Liberté guidant le peuple de Delacroix, e incendia la isla de enfrente. Y me he querido quedar con esta obra que se llama Fuego en las islas (1954) xq me da la idea del autorretrato. Es la primera vez que pienso en una pieza de arte de este modo. Desde hace un tiempo largo miro las pinturas y los dibujos con gran admiración, instalada en el lugar del público, pero con este Vanzo me siento protagonista de su historia. He inventado, me he apropiado y he asistido un retrato; y ahí estoy, en la pira de la isla, cargándome un monte completo, sucesivo de aguaribayes, intentando recurrir a mi coiffeur todos los viernes para mantener controlado el desmadre inminente. Ha pasado el rock. Miro el rock. Toda contemplación es fuego. Una vez pasado el rock,  veo en silencio mi frutera, las mandarinas vergélicas maternas, y se activa la posibilidad del verso. Miro como las hordas de algarrobos y chañares se acercan a nuestra casa desde los montes achaparrados, y como las flores voraces, achiras papagayas, gritan en los lindes de nuestra vista. Así, mudas las flores, aparece un cardenilla, un relámpago salaz, un ramo de cerezas, y se arrima con pregnancia al crataegus; el crataegus se defiende mustio, triste ante las plumas hemoglobínicas del pájaro.  Entender el mundo de los rojos: contrastes simultáneos desde los rojos vividos, los verdaderos rojos colorados al rojo de los tierras, el crataegus de rojo quebrado, brotando del suelo. Al rato, alguien dice: ¡voló tierra! Y de este modo, asevera que llegan visitas con la polvareda. La trashumancia nos rodea a toda hora, más allá del recorrido que traza el carpintero real entre la punta de la varilla del cerco de 5 hilos y  nuestra ventana silenciosa en Monte Leña. Hay también en ese Vanzo silencio, silencio de fuego, silencio de invierno, aunque la pirómana esté prácticamente desnuda y acalorada. 

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