viernes, 20 de julio de 2012

Damasco

Estamos parados en el puente de Figueroa Alcorta y la facultad de derecho, 
flotando sobre la gran avenida, una tardecita, 
y al sur las luces blancas avanzan de frente hacia nosotros
marciales como moscas incandescentes y frías, 
abajo
tiembla nuestro puente. Giramos. 
Hacia el norte esos autos ofrecen un magma rojo ardiente de percepción piranésica, 
con todas las luces de freno rítmicas y acompasadas al son de un día agitado, 
que se esconde tras la mata de un parque en Barrio Norte. 
Como si las acacias se tragaran el trajín delirante de estos marcianos del orto. 
Me acuerdo de Jacques Tati y de su car parade en Mi Tío, 
y luego pienso en este otro artista porteño que hizo un video desde este mismo puente. 
Qué constructivismo azaroso y cromático 
en el que estamos navegando para poder llegar a MALBA. 
- Me quiero volver-, pienso. 
Yo, en cambio, vengo de una ciudad con tendencias extrañas, 
en la que iglesias católicas apostólicas y romanas, con liturgias eficaces, 
se convierten en boliches gay, 
y en la que boliches como Damasco se transforman en templos evangélicos populistas. 
Una ciudad que aún resiste, sin quererlo, 
la embestida del progreso y los departamentos acumulados como sanguches frente al río. 
Prendemos un pucho, y avanzamos caminando.




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