miércoles, 25 de julio de 2012

Los dedos de la arpista





Hay un arpa en la peatonal San Martín y Córdoba, y hay una chica que la ejecuta. En la inmensidad de la turba alucinante del día laboral, el aire evanesce las melodías cordiales del arpegio con Pájaro Campana, y uno ve a esa chica, ve el arpa y cree que ella podría llamarse ANAHÍ. Sólo que tiene el pelo decolorado pretendiendo ser claro y rubio. Pero decía que, en el mundo exterior, al aire libre, estas melodías nos hacen navegar la fronda acuática de todo el litoral. Quisiera que me acune la arpista con su instrumento amoroso. Me decido a entrar en la sedería Eiffel, el salón está prácticamente solitario de gente, pero abarrotado de mercadería. Tubos y más tubos multicolores y texturales de género enrollado, para ofrecer a los clientes, en esos grandes mesones de roble. Las chicas que atienden son entre cancheras y aburridas. Tienen una riñonera donde cada una carga una tijera sastre eficiente y de temer. Ingreso, y lo primero que les pido lo tienen y me lo venden. Les comento que qué lindo el arpa paraguaya de la chica, y a coro, tres dependientas, me dicen que no entienden el fenómeno atmosférico y físico que propicia que todo el local amplifique tanto el  “ruido ese” del arpa, casi como una caja de resonancias. Me cuentan que están pensando en secuestrarle el instrumento a la arpista y luego cortarle uno por uno los dedos de cuajo casi como si fueran de la yacuza japonesa. Tienen razón (no en el espíritu criminal), es muy raro el suceso ya que, según he aprendido, el índice de reverberancia debería ser bajo en un espacio cargado de madera y lienzos; pero el sonido urbanizado del litoral las está volviendo a todas locas.



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