lunes, 26 de noviembre de 2012

Decir “Mucho gusto” es de mal gusto.






Me convocan, mediante una breve epístola electrónica, diciéndome que relate mi gusto fanático por el ARTE. Me detengo en la consigna que, inmediatamente la recibo, la activo como un estimulo latigar para estudiarla, para entender qué esperan de mí. El acto y la potencia; concentración; intensidad. Diseccionando la orden recibida: GUSTO+FANÁTICO+ARTE, comencemos por GUSTO. (¡Qué lástima que tengamos que hablar del gusto!)
En primer lugar no sabría detallar mi gusto, sí debiera hablar de mi gusto por la ingesta de comida y bebida (la fase más cliché y escatológica del gusto), del sabor refinado o no al que accedo, del rendimiento de mis papilas gustativas o de las células receptivas olfatoria; sí debería hablar de mi gusto por el vestido, por la sensibilidad en combinar géneros y colores acordes a las estaciones del año y a horarios determinados del día; sí debería hablar del gusto por arreglar y decorar espacios vitales (el caso de los cortinados, tapizados, ramos de flores, mesas generosas, etc.);  sí se supone que debería hablar del gusto por la lectura y  cómo sedimenta esa lectura en una biblioteca; del gusto  por la compañía afable y amorosa en recintos alegres y cosies; del gusto por las caminatas en la ciudad que nos toque estar; del gusto por la silueta de nuestro paisaje extendido; o del gusto amargo en paladar por el desvelo nocturno, acelerado y nervioso. Todas prácticas endógenas, no adquiridas,  que podríamos denominar “habitus”. En fin, una lista interminable, pero ¿del gusto por el ARTE? El gusto por el arte ha sido ensayado por eruditos de todas las ciencias y saberes y, la verdad, es que no tendré la capacidad para desarrollar, tanto por ignorancia como por  vagancia, ninguna teoría novedosa en relación a este tema, por lo cual recomiendo consulten Dubos,  Bourdieu, Ricci, Camnitzer, Cippolini, Montini, Woolf, Sotis y a tantos otros que han podido volcar con carácter racional y/o perceptivo, sus estudios  al plano teórico del gusto. Rescato este ejemplo de Luis Camnitzer que nos dice así: …Un elemento—y obstáculo—fundamental en la configuración de la toma de decisiones, particularmente cuando hablamos de arte, es el gusto. Entre los estudiantes, el gusto es considerado como un instrumento importantísimo para hacer juicios con respecto a la calidad de lo que producen. Piensan que están ejerciendo su subjetividad y no se dan cuenta que el gusto es una construcción social totalmente sujeta a ideologías colectivas y a la influencia que ejercen sobre la experiencia personal.

Thatched House Club, Dinner of the Dilettanti SocietyLes pedí que hicieran una obra lo más “fea” posible. Trataron de hacerlo, realmente, lo mejor que pudieron. Pero inevitablemente los resultados no llegaban a ser desagradables en sí mismos. Siempre tenían referencias a valores sociales, tales como la repulsión que causan los excrementos fecales, que fue uno de los ejemplos usados con mayor frecuencia. Lo cual a su vez presentaba otro tema: el por qué la ingestión de comida en público es un acto de celebración, mientras que la excreción de comida en público es considerada de mal gusto. Aún si se la ejecuta vestido con un frac. Incluso hay leyes sobre esto último, y el vestirse con frac no exime del delito… Avancemos hacía el segundo tópico de aquella fórmula que estamos disecando: FANÁTICO.

                           

Ser un barrabrava

Pienso en un barrabrava y en cómo vuelca todo su entusiasmo corporal al abrazo infinito y colectivo de su cuadro de futbol, o en cómo se esconde tras una bandera de fondo amarillo y letras azules que reza “MI MALDAD. TU MIEDO”. Sí, es lo primero que me aparece al pronunciar la palabra FANÁTICO: un hincha  de fútbol (1). Por lo cual, trazo un paralelo entre aquello del gusto, el no adquirido con una pregunta, ¿cómo es que uno es de un cuadro u otro de futbol? En un 93% de los casos no es por elección, por decisión adulta y racional, por gusto adquirido, que uno ame unos colores u otros de camiseta, es por “habitus”. Casi un 100% de los hinchas de futbol son de un equipo por una sobrecarga entre congénita y hereditaria de amor. El ejemplo más claro de aglutinar el gusto y el fanatismo es la pasión por un equipo de futbol. Toda esta deriva puede sonar extraña y aquel lector que desconfíe de mí, por aseveraciones tan taxativas, le recomiendo abandonar la lectura en este punto y seguido. Caso similar al futbolero es el religioso, sólo que en el deporte el objeto devocional no es abstracto y es, fundamentalmente, cuantificable (puntos en tabla de posiciones, goles, jugadores, hinchas, entradas, hasta el rating de IBOPE). En la religión aparecen figuras peligrosas como el vanguardista Torquemada,  fanático y converso doble faz. El fanatismo religioso, puede que sea el más oscuro de los fanatismos. Charles Manson y sus seguidores, ¿por qué no, también? Una lista inagotable de adorables y deplorables criaturas fanáticas. Fanáticos de las artes marciales, del arte de curar, del arte culinario, de Lady Gaga, del séptimo arte, de XUXA, fanáticos sanmartinianos, fanáticas de Arjona y todas las posibles correlaciones de fanatismo que el gúguel nos puede ofrecer. Todos los fanáticos del arte de guglear. ¡Qué somos todos en definitiva! Pero debería enfocarme en el ejercicio. Aclaro que no es la primera vez que me convocan a escribir sobre FANÁTICO+ARTE. Y, verdaderamente, no sé muy bien qué pensar sobre esta sintonía fuera de compás en la que me invitan por espasmos para reflexionar. La primera ocasión que me detuve en FAN, FANÁTICO, FANFICTION, FANART me sucedió por el año 2003, cuando una talentosa colega, Lorena Cardona, tenía idea de casarse con el Príncipe Felipe de España .  Y quise, de manera amorosa, escribirle unas palabras para honrar su tan mega proeza-producción non-fiction y fan-fiction. Lorena Cardona, como enamorada del Príncipe Felipe, construyó un aparato eficaz para conspirar contra la boda de Felipe con Letizia Ortiz y poder ser ella quién lo despose. Esto no sucedió en la vida real “real” pero Cardona, con su procedimiento de fan-fiction, logró tener un cuerpo de obra memorable que atraviese el fanatismo a límites documentales y artísticos nunca antes vistos y aumentar, en cada relato, la onda expansiva de su amor fervoroso. Caso similar es el de Omar Lachar con quién he tenido el gusto de trabajar en el año 2007, asistiéndolo en una exposición en la que él ponía en circulación todo su archivo, integrado por más de 4.000 piezas fruto de su activismo cultural.  En aquellas fotografías  Omar aparecía replicado hacia el infinito y más allá junto a celebridades de la cultura, utilizando un procedimiento habitual de los colectivos fandom, reinados propios de los fans en los que comulgan en logia organizando cuerpos documentales altamente jugosos. Lachar es un fanático que, de tanto serlo, se vuelve celebre por osmosis con las personalidades cercanas. Ingresa al mundo fantástico de los famosos y mediante el proceso de repetición, tan propio de la multimedialidad contemporánea, revierte aquello de ser un desconocido para ser el más familiar de todos en la expansión de su inmenso y trabajado archivo riguroso. Proliferan en el mundo fanáticos inocuos que se someten a la ficción, aún padeciendo parciales índices de delirios, esquizofrenias y ciertas pulsiones megalómanas. O casos contrarios en que pretenden modificar la realidad, y su posible devenir, para poder torcer la historia de una ficción según un guión previo, como Capote en su A sangre fría. Pero este es asunto para otro capítulo, me fui de tema. Vamos con ARTE, lo complicado para el final. Uauu!

Una partera sin fórceps

Para hablar sobre ARTE pienso en el modo efemeralización. Es decir, en un universo cargado de mega producciones faraónicas, está bueno poder hacer el ejercicio de producir mucho con poco.  O no producir. Se pueden entrenar operaciones, instructivos y recetas que ejerciten el famoso “efecto látigo”. Es decir, cada vez menos eficientes, más delirantes, más riesgosas, menos productivas y con mayor disparo centrífugo para acercarse al arte, sumando equipos, socios y amigos. Ser gregarios y desprolijos por naturaleza y perfeccionarlo. O seguir trabajando solo también y que nos nutramos del amor. Para pensar en  ARTE está bueno practicar en una zona yerma en la que nunca ha sucedido nada y está todo por explotar, también podemos pensar lo opuesto y que todo resulte próspero. No tengo definiciones posibles, más que un talante mental y físico en el que una está sumergida.  Entonces, desde este estándar de tres palabras: GUSTO+FANÁTICO+ARTE,  este sincretismos etimológico al que me invitan, luego de haber dado una vuelta anómala por mis circunvoluciones sensitivas y bibliográficas, es que puedo transmitirles la siguiente aclaración: no tengo gusto por un artista favorito del cual podría ser fanática. Sí tengo un pequeño listado que atraviesa mis  pensamientos, percepciones y acciones; y, a medida que pasa el tiempo, van mutando y variando sus protagonistas,  que aquí comparto escalonados y en escalerita:
La sagacidad sensible de Oscar Bony
La austeridad de recursos de Jacques Tati
La gélida heladera de Warhol en la Factory
La disponibilidad cinética y cromática de Blake Edwards
La maña ósea para los tiros libres de Diego Armando Maradona
La tarea cotidiana de Luis Márquez que, como jardinero, se esfuerza por detener el tiempo generativo de las plantas.
La ternura ofrecida por todas las mujeres de este universo, la capacidad combativa de mi madre y la destreza provechosa de mi abuela para traer al mundo 12.000 bebés.

(1)El término hincha fue aplicado por primera vez por un talabartero uruguayo llamado Miguel Reyes, que era el responsable de “hinchar” la pelota  del equipo de Nacional del Montevideo, club del cual era fanático con alevosía.

este texto fue una invitación del equipo de club de fun: 
http://www.clubdefun.com/index.php?page=noticia&v1=gusto-fan%C3%A1tico-arte-lila-siegrist

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