lunes, 21 de mayo de 2012

Dos sueños violentos.



Todo muy afilado. Lo más utilitario de lo utilitario.
Herramientas anestesiadas.
Un auto que me espera.
La violencia del abandono.
La casa de mi abuela
concentrada en Ceferino Namuncurá.
¿Un superman rionegrino?
SÍ.
Las mato, entonces.



Uno en el que asesinaba a tus dos compañeras de teatro
a puñaladas en la casa de mi abuela, en su cuarto,
con el cuadro del sagrado corazón de jesús como único
compañero ocular. Una alegría tener en la pared al
muerto eterno, que no tiene voz registrada en ninguna
colección de ningún museo antropológico, para agudizar
la escena sangrienta. Porque el manto de jesús y su
amplio corazón abierto, y pintado con cierto realismo
notarial, son del mismo color de los cuerpos de tus
amigas recientemente acribilladas. No me ensucio con
sus fluidos, no me lavo ni las manos, pido un remise para
disimular, y ya nada pasa.

El otro sueño es un poco más violento, sucede que
estoy parada ante la estantería blanca que contiene
toda nuestra cristalería y de a poco, todo, las copas,
los adornos, se va cayendo sobre mi rostro y lastima
mi yugular; pido ayuda al repertorio de espectadores y
escasos tres hombres se dignan a mirarme, tres hombres
entre los que no está mi padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario